La cantautora chilena Camila Moreno vuelve con La primera luz, un álbum que marca un quiebre creativo: un regreso a lo acústico, a lo orgánico y a la intimidad. Desde México —donde grabó el disco junto a Adán Jodorowsky—, la artista comparte cómo este proyecto nació de un deseo profundo de salir de su zona de confort.
“A mis 40 años sentí que ya había trabajado con toda la gente que me interesaba en Chile”, explica. Su intención era clara: crear un disco humano, sin máquinas, sin artificios. “Quería algo análogo, acústico, íntimo, tocado por personas humanas”.
Adán Jodorowsky: el socio perfecto
La decisión de grabar con Adán fue casi intuitiva. Moreno señala que valora trabajar con personas que priorizan el vínculo artístico por encima del trámite profesional:
“Me gusta trabajar con personas que no te piden escuchar el material para decirte que sí”.
Esa confianza mutua generó un espacio creativo fértil, pero también impredecible. Adán casi no preproduce: “Saltamos al vacío. Al día siguiente ya estábamos grabando baterías”, recuerda la cantante.
Para mantenerse fieles al espíritu del álbum, construyeron un moodboard emocional con palabras clave: intimidad, cotidiano, crudeza, desnudez, análogo, acústico. Cada vez que se desviaban, bromeaban: “Mira la pizarra”.
Vivir en el estudio: una grabación como reality
El proceso fue tan íntimo como el disco pretende serlo. Camila vivió un mes en la casa-estudio de Adán Jodorowsky.
“Era como un reality. No te conozco y me voy a vivir un mes a tu casa”, dice entre risas.
Esa convivencia cotidiana —cocinar, lavar los platos, convivir con su hijo— permeó profundamente la creación. La pandemia también influyó: la repetición de tareas domésticas, la quietud del encierro, la introspección.
“En esas cosas que todos tenemos que hacer hay una humanidad que nos iguala”, reflexiona. Aunque admite: “Yo detesto las tareas del hogar”.
Los videos: arte desde lo doméstico
Los visuales del disco —dirigidos por Camila Moscoso— capturan esa intimidad sin artificio: fuego, sábanas al viento, escenas aparentemente simples que se vuelven poéticas.
“Ella creó un espacio donde podía estar en esa cotidianidad sin actuar”, cuenta. Parte del concepto fue grabar escenas en reversa, como metáfora del recuerdo: “Soy muy apegada al pasado. Recordar también es un acto cotidiano”.
Un regreso a los instrumentos reales
Tras el álbum Rey, profundamente electrónico, Camila estaba exhausta del trabajo “in the box”.
“¿Dónde están los músicos tocando?”, se preguntaba. La experiencia con Adán fue todo lo opuesto: tocar, experimentar, sentir.
El estudio estaba lleno de guitarras, bajos, teclados, un piano excepcional. Camila y Adán tocaron casi todo:
“Queríamos que se sintiera poco producido, desnudo, casi incómodo”.
“La primera luz”: un disco íntimo y emocional
Aunque la conversación se corta antes de que explique el origen del nombre, todo el relato apunta a una misma energía: volver al origen, a lo cotidiano, a lo emocional, a lo humano.
Con La primera luz, Camila Moreno no solo entrega un álbum; entrega un refugio. Un espacio donde la vida doméstica, los silencios, las memorias y la simpleza se vuelven arte.


